La tensión corporal en el teatro

La sesión corporal en el teatro

 

Aprender a escuchar al cuerpo es un trabajo del todo artesanal. En teatro, el cuerpo es el vehículo por el cual nuestras emociones e intenciones cobran vida a partir de un personaje. Contar una historia empieza por el cuerpo.

 

Muchos de los ejercicios que hacemos en teatro están destinados a la conciencia corporal, a aprender las señales personales que cada cuerpo da, y que nos dan información que requiere ser atendida por alguna acción posterior. Cada cuerpo refleja las tensiones de maneras distintas. Hay tensiones que son comunes para muchos y otras que tienen que ver con la experiencia individual.

 

Para muchos su propio cuerpo es un acertijo. No porque su cuerpo no les hable con claridad sino porque la atención está puesta en otro sitio: muchas veces en los objetivos que se quieren conseguir olvidándose de que en todo camino hay varias fases.

 

Tener prisa en la resolución del acertijo corporal no es un buen aliado. Requerimos tiempo para conocer el terreno y también la climatología. Podemos comenzar atendiendo a la respiración, a esos movimientos que se realizan de manera involuntaria para que la respiración suceda. A partir de allí podemos ir notando las vibraciones que ocurren producto de esa respiración. Cuanto más afinamos nuestra consciencia corporal, más experiencias sutiles encontramos: movimiento de órganos internos, sensaciones en la piel, variaciones en la respiración, percepción de masa corporal…

 

La temperatura somática también nos proporciona señales claras de cómo está discurriendo el mundo interno. ¿Sentimos calor, frío? ¿En qué partes del físico? ¿Está estable la temperatura o va cambiando? Este calor, ¿produce agitamiento, leves vibraciones o relajación corporal?

 

Nuestro cuerpo comunica siempre sus necesidades y estado. Sólo hemos de escuchar.

 

¿Qué nos indica la tensión corporal en el teatro? Muchas cosas. Hemos de distinguir si la tensión es voluntaria o involuntaria. Vamos a centrarnos en la voluntaria primero. Se puede dar la coyuntura de que tengamos una máscara corporal tan sumamente integrada que nos cueste vislumbrar que nos genera tensión corporal. Éstas máscaras actúan como un intento de resguardo en confrontación con lo exterior y están tan integradas que en ocasiones puede llevar tiempo desamarrarlas. Percatarse es el primer paso. Entender que no tenemos que estar todo el tiempo en posición de defensa es el segundo. Atrevernos a resguardarnos en la expresión a partir del cuerpo neutro es el tercero.

 

¿Qué pasa cuando la tensión corporal es involuntaria? Muchas veces tiene que ver con la cantidad ingente de información que tenemos que integrar. Recibimos la información y si la sumimos como difícil de gestionar o estamos con nuestra cabeza en el juicio lo más probable es que nuestro cuerpo se tense. Algo que funciona muy bien en esos casos es pensar: una cosa a la vez. Hemos de preparar el cuerpo para integrar la información, realizar un ejercicio de relajación corporal de unos minutos suele ser efectivo. Luego podemos disponerlo intentando llevar a cabo las acciones oportunas del ejercicio (o personaje o escena) centrándonos en una cosa a la vez para ir incorporando conscientemente y a nuestro ritmo los objetivos que queremos alcanzar. Hacer las paradas necesarias en ese camino es la mejor manera de ser productivos, la rapidez no siempre es conveniente porque tiene que ver más con el impulso que con la consciencia de lo que estamos haciendo.

 

Así pues, comprobamos que la tensión corporal no tiene que ver con una incapacidad expresiva sino en consentirnos en trabajar a partir de nuestro ritmo interno, utilizar esa sabiduría es la que nos llevará a una gestión saludable de nuestra expresión.

 

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